15 dic 2007

¡PAPA, SOMOS VIOLENTOS? -EL MUNDO DE VALENTINA III






¿Papá, somos violentos?
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Escrito por Eliécer Arenas Monsalve


Valentina: ¿Papá, somos violentos?

Papá: No entiendo, ¿A qué te refieres?

V: La pregunta puede sonar extraña, pero es que he oído incesantemente que los colombianos somos un pueblo “violento”.

P: Ah!, ya entiendo. Lo que pasa es que por fuerza de la costumbre nos parece éste el modo adecuado de referirnos a las cosas que nos pasan como país y la forma correcta de nombrar los eventos que nos afectan.

V: Y tú qué piensas.

P: Creo que no hemos sido suficientemente conscientes de lo que este modo de hablar oculta.

V: ¿Cómo así?

Papá: Te propongo que cambiemos la pregunta tuya por esta: ¿Cómo es que la inmensa mayoría de los Colombianos, en las circunstancias dramáticas de conflicto social y de degradación de la guerra sin fin en que se afirma que vivimos, logra solucionar , pese a todo, la mayoría de sus conflictos en forma pacífica ?.

V: No se para donde vas…

P: No seas impaciente, piensa un poco.

V: ¿Quieres decir que no todo es guerra ni violencia?

Papá: Lo que quiero decir es que como nación no hemos podido ver, por ejemplo, que somos también un pueblo que cuenta con un valioso saber acumulado y una cuantiosa experiencia en resolución pacífica de conflictos; no hemos podido reconocer que poseemos unas experiencias y un saber que se han ido decantando lenta y silenciosamente en medio de las balas y del lenguaje bélico con el que nos hemos ido acostumbrando a describirnos. Estas grandes verdades han quedado eclipsadas y ocultas.

V: Es verdad. Todos los días yo soy testigo, en el colegio y en la calle, de actos de solidaridad, de ejemplos de convivencia, de actos bondadosos…Lo que no entiendo es ¿Por qué no hablamos de eso? ¿Por qué esas cosas no salen en televisión ni en las noticias?




P: Hija, eso merecería otra discusión. Creo que tiene que ver, de todas formas, con que la guerra es un buen negocio para algunos. La bondad, la solidaridad, la alegría, la cooperación, las salidas creativas a los problemas, no parecen despertar demasiado interés.

V: Papá, se me ocurre que deberíamos poner en marcha una estrategia de intervención para sacar a la luz y tratar de darle visibilidad social a algunas de estas verdades y saberes,

Papá: ¿Cómo? ¿En qué estas pensando?

V: Pienso en la responsabilidad que supone darse cuenta de las cosas. Creo que a través de una metodología de trabajo bien pensada podríamos recoger la experiencia de una sociedad civil que tiene mucho que aportar a la reconstrucción del país.

P: Sigue hija, es muy lindo oírte hablar así.

V: Lo que quiero decir es que necesitamos un dispositivo para rescatar la memoria de la sociedad civil acerca del manejo de los conflictos en la vida diaria y los modos en que, negándose al uso de la violencia como método para dirimir los conflictos, llegan a solventar las dificultades y problemas que aquejan sus relaciones interpersonales, familiares y comunitarias.

P: Quieres decir qué hay que buscar estrategias para que la gente aprenda de la otra gente?

V: Creo que necesitamos abrir una discusión en torno a ese tema y brindar las condiciones para, por ejemplo, hacer talleres vivenciales con base en las experiencias reales de la comunidad, a fin de generar un diálogo de saberes acerca del tema.

P: Qué curioso. Esto se complementa muy bien con algo que había pensado hace unos días. Creo que desafortunadamente un tema tan importante como el manejo de conflictos ha ido poco a poco cayendo en manos, casi exclusivamente, de expertos teóricos que, de buena fe, pero privilegiando una visión demasiado pragmática del conflicto y su manejo, se olvidan que la gente sabe mucho y tiene mucho que aportar a ese respecto.

V: ¿Cómo así?

P: Se limitan a dar “formulitas” que no siempre tienen que ver con la forma de pensar de las personas.

V: Tienes razón, parecen haber olvidado que las transformaciones sociales se entretejen en la cotidianidad, y que las personas, aunque no sean muy conscientes de todo lo que saben, poseen un bagaje experiencial lo suficientemente rico como para generar, desde ellas mismas, los mecanismos para la reproducción, réplica y retroalimentación de tales conocimientos.

P: Hablaste como una experta.

V: No te burles. Pero tienes razón, todos somos en alguna medida expertos en manejar conflictos sin violencia. Lo hacemos todos los días…

P: Si. (Silencio) Déjame aportar algo a tu propuesta. Creo que para entender los alcances de tu idea, es preciso tomar en cuenta que somos un pueblo que no ha aprendido a reconocerse desde las experiencias constructoras y mantenedoras del vínculo social, y que desafortunadamente, parece encontrarse a sus anchas manteniendo empecinadamente descripciones de sí mismo que tienden a encerrarlo en un callejón sin salida.

V: Sí, papá, es horrible. Vivimos en un laberinto de descripciones desmoralizadoras que no dejan lugar a la esperanza, entre un fárrago de teorías que, pretendiendo describir un estado de cosas violento, ha pasado más bien a prescribir esa violencia como el lugar de enunciación privilegiado para nombrar lo que somos y lo que nos pasa.

P: Y tristemente quedamos viviendo los estragos de la legitimación de un discurso unilateral que ha construido, casi perversamente, las únicas coordenadas desde las cuales podemos intentar darnos una identidad como nación: la sangre y la violencia.

V: Como si no hubiera nada más.

P: Y de ese modo, silenciamos el empecinado esfuerzo de miles de anónimos colombianos que todos los días encuentran salidas creativas distintas a las del (ab)uso de la fuerza.

V: Me encantaría trabajar en eso, ya que cada vez es más frecuente escuchar que la guerra nos está ganando la partida.

P: Observa esto hija. La guerra que se libra a manos de los ejércitos regulares e irregulares que pululan en el territorio nacional no es la más peligrosa.

V: ¿Qué estás diciendo?

P: Digo que la guerra más peligrosa, porque no se reconoce como tal, es la otra guerra, aquella que pretende reducir nuestra riqueza experiencial como nación obligándonos a mantener una visión estereotipada de nosotros mismos. Nos están ganando la guerra quienes pretendiendo mostrarla como la única realidad posible, nos recortan el campo de visión, condenándonos a una ceguera selectiva que impide ver la realidad en su complejidad y nos obliga a quedamos con la caricaturesca sensación de que la muerte es la única que goza el privilegio de pasearse triunfante por los campos de este atribulado país.



V: Sí, papá. Es urgente hacer visibles las experiencias de socialidad que ponen de manifiesto la inteligencia social del colombiano para evitar la colisión violenta y es preciso inventar mecanismos para reivindicar el valor de dichas experiencias. Necesitamos recuperar la confianza en nuestras posibilidades. Necesitamos anteponerle vida a tantas versiones que circulan sobre la muerte y el conflicto violento. Necesitamos con urgencia una memoria de lo valioso sin caer en la ilusión amnésica de ignorar lo terrible.

P: Que frase tan linda…

V: Es que me duele ver que los jóvenes y niños como yo, a veces parecen perder la esperanza….Sabes una cosa? Un día leí algo que me impactó: Lo dijo Holderlin: donde nace lo que mata, germina también el remedio que sana.


P: Sí, desde ahora para mí resulta clara la necesidad de volver los ojos a las prácticas cotidianas, a las soluciones parciales y a las intuiciones con que la inmensa mayoría de los colombianos, en el día a día, enfrentamos el problema de convivir con la diferencia.

V: Y creo que cada quien puede hacerlo desde su propio ámbito. Las mamás, aprendiendo de las otras mamás como solucionan problemas cotidianos como el de ponerle normas a los hijos, cómo actuar ante las fallas de los hijos; en el colegio los profesores hablando del modo como encuentran todos los días salidas creativas a los problemas de disciplina, de aprendizaje, etc. Y así cada uno en su campo…

P: Y los políticos lo mismo. Si nos sentamos y nos damos la oportunidad de reconocer nuestros saberes de paz no podremos pensar, tan simple y a-criticamente, que somos un pueblo violento.

V: Papá. Sabes que me encanta de ti? Que cuando hablo contigo siento que el mundo es un lugar donde podemos dar cabida a nuestros sueños.

P: Hija, eso es una maravilla. Los seres humanos somos dialogantes, en la conversación tejemos como artesanos, la vida diaria. Y en conversaciones como esta es que crece el amor.

V: Nos pusimos sentimentales, no te da pena…

P: ¿Porque habría de darme pena?

V: (Hablando muy bajo) Porque este es un blog serio y no deberíamos dejar salir lo que sentimos.

P: Al contrario. Debemos integrar lo que sentimos en lo que pensamos y hacemos. Entre otras cosas por eso es que sería tan importante trabajar para recuperar esos saberes de paz.

V: Yo ya empecé en el colegio.

P: Sí, cuéntame.

V: Con los niños de mi curso escribimos un proyecto para dejar memoria del modo en que solucionamos los conflictos. En una parte del proyecto dice: “Nuestro compromiso será tratar de hacer emerger tales conocimientos y procurar entender que ellos -si logramos hacerlos visibles y hacerlos parte de los discursos con los cuales construimos día a día nuestra experiencia de país - son el insumo fundamental sobre el cual se han de cimentar las nuevas pedagogías de la resignificación y/o la resolución pacífica de nuestros conflictos y nuestro anhelado sueño de paz.”

P: Estoy muy orgulloso de ti.

V: Yo también. (Silencio). Papá, ¿Por qué las personas sentimos orgullo?

P: Lo siento hija. No más preguntas por hoy, tenemos que ir a descansar….

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